miércoles, 3 de septiembre de 2008

Llamando a tierra

Hace unos años teníamos tiempo para escribir a los amigos y a la familia. Íbamos al estanco a por un par de sobres y de sellos y durante la vuelta a casa fluían las palabras precisas. Hoy con los avances de las nuevas tecnologías aparecen las frases, incluso antes de que las pensemos. Sin embargo, a veces, tengo la sensación de que no escribo lo que quiero sino lo que el ordenador necesita. Palabras.

Con el móvil pasa lo mismo que con las cartas. La comunicación es inmediata, sin ruidos. Pero, ¿por qué me parece que estoy a miles de kilómetros de la gente, de mis amigos, de mi familia? Quizás sea porque no estoy en unos de mis mejores momentos y por eso todo me parece vacío, plano y sin colores, incluso estoy pensando en desconectar durante una temporada este pequeño artilugio que envuelve en su aura de globalización absolutamente todo. Así no podré constatar día tras día mi inmensa soledad.

Durante horas esperas que el tono del móvil te despierte de tu letargo pero cuando miras la identificación de la llamada sientes un sofocante vacío. Es una amiga, es tu hermana, es alguien desconocido pero nunca es la llamada que esperas. Me pregunto si exite un emisor capaz de rescatarme de esta estación. Con los ojos vidriosos doy al botón de silenciar la llamada y sigo mirando las vías del tren. Hace un rato por megafonía han anunciado que el tren con destino a cualquier sitio tiene prevista su entrada a la una de la tarde.


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