Detrás de la puerta no estaban tus sueños de plenitud, simplemente esperaban los buitres para despellejarte. Tu voz era alta más el eco enmudeció cuando la sangre empezó a recorrer, sin tu permiso, tu pecho. Tu garganta enmudeció para siempre, tu voz se quebró entre lamentos lejanos. Fue doloroso mirarte a los ojos y ver que te ibas muy lejos y solo.
Hoy se cruza tu presencia con mi destino, y hoy te encuentro de nuevo en esos momentos de ausencia. Lloro y me trago lágrimas envenenadas de impotencia. Lloro tan en silencio que a veces puedo escuchar tu respiración susurrando a mi mente que sigues ahí, esperando ese momento en que no fue posible la despedida. Te recuerdo en tonos grises y rojos con las manos abiertas sentado frente a esa puerta que nunca quisiste cruzar, esperando el momento de volver a casa.
Te veo todavía, con los ojos perdidos en otro espacio, dando tiempo a que tu voz pudiera despertar a tu corazón. Detrás de la puerta, los tiburones acechan, blasfeman y mienten. Tu sangre ha reventado la lengua de los que mecieron con precaución tu ataúd pensando en cómo lavar sus pecados.