jueves, 4 de febrero de 2010

Espacios y silencios

Estoy digiriendo una carta que me ha llegado esta noche. Me hablaba de miedos y de la necesidad de apoyo. No era yo quien buscaba consuelo en el andén. La carta llegaba de lejos pero he sentido el susurrar de las palabras dentro de mi corazón. He sentido frío, rabia, impotencia y al final he buscado consuelo en la estación del norte. Aquí encuentro esos momentos de alivio donde puedo esconderme y esconder todo aquello que no me gusta y que me hace llorar.

Esta noche me ha sangrado el alma, me he tenido que escapar hacia la nebulosa del olvido para no regresar a mi vida con una herida más. He sentido los latidos del miedo de una mujer angustiada por su pasado, he sentido los sinsabores de un futuro en el que no hay nada claro. Sólo he podido mirar hacia arriba y con los ojos cerrados suplicar al universo un poco de paz.

Mi espíritu se ha descolocado y sigue vagando entre espacios de humo en donde nada ni nadie tiene respuestas para la maldad de los humanos. Me han hablado de golpes, me han hablado de gritos ahogados en el silencio de una vida imposible de realizarse, me han enviado lágrimas derramadas mil veces y que mil veces no han encontrado consuelo. Me han susurrado que el cansancio tiene cara de guerrero desarmado y que la tristeza está tejiendo su coraza.

El final de la carta estaba marcado por la inocencia de una niña de nueve años que volvía a llamar a su madre. Una niña que no entiende que es lo que ocurre en su vida y que corre confusa buscando otros momentos. Vive porque inevitablemente respira y consume su identidad fingiendo su propia existencia.

Lentamente he doblado la hoja de papel empapada de espacios y de silencios. He colocado de nuevo esta historia en su envoltura y con la garganta cerrada por la angustia le he pedido al tiempo que se pare.




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